Con una selección de 90 obras, la exposición ofrece un recorrido completo por su trayectoria artística; una oportunidad única para descubrir y admirar el trabajo de esta artista fascinante, cuya presencia fuera de los Estados Unidos es verdaderamente excepcional.
Este ambicioso proyecto expositivo ha sido posible gracias al apoyo de más de 35 museos y colecciones internacionales, principalmente norteamericanas, entre los que sobresale el Georgia O’Keeffe Museum de Santa Fe, por su generoso préstamo y su apoyo incondicional. Tras su paso por Madrid, la muestra viajará al Centre Pompidou de París y, posteriormente, a la Fondation Beyeler de Basilea. Cuenta además con el patrocinio de la Terra Foundation for American Art y de JTI.
La gran artista moderna norteamericana
Georgia O’Keeffe es una de las pocas mujeres artistas asociadas a las corrientes artísticas de vanguardia de la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos. Desde que, en la temprana fecha de 1916, deslumbrara a los círculos artísticos de su país con unas audaces obras abstractas y se encumbrara como una pionera de la no figuración, Georgia se convirtió en una de las principales figuras de la modernidad estadounidense. La exposición comienza con algunas de esas obras que tanto sorprendieron en el Nueva York de finales de la década de 1910 y continúa con un recorrido completo por toda su trayectoria. La disposición cronológica de los cuadros se suma a su presentación temática, lo que permite seguir los hitos más destacados de su carrera y, al mismo tiempo, mostrar la evolución de sus principales preocupaciones artísticas.
A través de las salas se descubre así a una artista cuyo lenguaje osciló siempre entre figuración y abstracción. Sus primeros paisajes de Texas o de Lake George muestran su interés siempre latente de captar la naturaleza y sus ciclos vitales, así como su deseo de crear una composición en la que los elementos formales – el color y la forma – fueran los auténticos protagonistas. A ellos se une una importante selección de sus famosas pinturas de flores de gran formato, que se exponen junto a los lienzos que dedicó a pintar hojas, conchas o huesos. Un capítulo especial está dedicado a las vistas de Nueva York para, a continuación, dar paso al cambio que se produjo en su arte y su vida cuando, a finales de la década de 1920, realizó su particular conquista del Oeste. Fascinada por los paisajes y la mezcla de culturas de Nuevo México, convirtió este remoto estado en el tema principal de sus pinturas y en su hogar definitivo desde finales de los años 1940. A comienzos de la década siguiente, dos visitas a España fueron el desencadenante de numerosos viajes internacionales e inspiraron nuevas obras. Para terminar, la última sala muestra algunos de los objetos que se conservan de su taller, prestados para la ocasión, que permiten reconstruir su método creativo.
“Hay algo inexplicable en la naturaleza que me hace sentir que el mundo es mucho más grande que mi capacidad de comprenderlo – intentar entenderlo tratando de plasmarlo. Encontrar la sensación de infinito en la línea del horizonte o simplemente en la próxima colina”.
Artista viajera / Artista caminante
La exposición en Madrid, comisariada por Marta Ruiz del Árbol, conservadora del Área de Pintura Moderna del Museo, pretende reivindicar a Georgia O’Keeffe como una artista viajera. Una pintora para la que el viaje es, además de propiciador de nuevos temas, parte fundamental de su proceso creativo.
Su infinita curiosidad y el interés por lo desconocido está en el origen de toda su creación. A lo largo de su extensa vida – murió con 98 años – nunca dejó de viajar, por Estados Unidos primero y por todos los continentes en el último tercio de su vida. La visita a la exposición permite rememorar la atracción que sintió por los múltiples lugares que visitó. En primer lugar, Estados Unidos, descubriendo de su mano la belleza e inmensidad del paisaje norteamericano, desde las planicies y cañones de Texas a los paisajes urbanos en los que captó la rápida transformación de Manhattan en la ciudad de los rascacielos. Sus obras permiten también contemplar las famosas tormentas del lago George, en el estado de Nueva York, o las espectaculares formaciones geológicas del Sudoeste americano. Por último, nos introducimos en la fascinación que sintió al viajar en avión en unas pinturas en las que captó a vista de pájaro los surcos de los ríos. Todo ello con un lenguaje genuinamente propio que a veces remite con exactitud a la realidad visible, mientras que en otras ocasiones parece alejarse del objeto de inspiración para convertirse en una armoniosa combinación abstracta de formas y colores.
“Nunca había dado una caminata tan hermosa (…). Parece que estoy buscando algo de mí misma ahí fuera”.
La exposición nos descubre también a la Georgia O’Keeffe caminante, que recorre a pie los lugares que visita. Unos paseos que formaron parte de su rutina diaria a lo largo de toda su vida y que la muestra reivindica como el primer paso de su proceso creativo. Al igual que Nietzsche, que aseguraba que para escribir se necesita la intervención de los pies, en referencia a la necesidad de andar para que el pensamiento fluya, Georgia caminaba para pintar después. Durante esas caminatas, recolectaba además todo tipo de objetos -hojas, flores, conchas, trozos de madera o huesos-, que posteriormente convertía en protagonistas de su pintura. Los primeros planos con que capta estos souvenirs orgánicos hablan, por un lado, de la influencia que ejercieron sobre ella sus numerosos amigos fotógrafos, entre ellos, su pareja, Alfred Stieglitz; pero, sobre todo, de su interés por conseguir que el ajetreado habitante de la ciudad moderna se parase a observarlos: “Rara vez uno se toma el tiempo para ver realmente una flor”, dijo en 1926, “La he pintado lo suficientemente grande para que otros vean lo que yo veo“. Una mirada pausada y consciente que la exposición busca despertar en el espectador.